La vida de una persona es un camino dispuesto a los encuentros, los vínculos y las relaciones, un trecho de duración relativa con decorado más o menos constante en el cual se proyectan historias en las que se van tejiendo lazos afectivos. Del uno pasamos al dos, al tres, al cinco, y así sucesivamente. Compartimos los mismos espacios, nos gustan las mismas cosas, pertenecemos al mismo clan o simplemente nos elegimos como compañía; decidimos estar juntos para construir nuevas formas de caminar o de hacer futuro. Sin embargo, pronto empezamos a advertir que las personas no se quedan para siempre, o simplemente no se quedan. La matemática de los afectos no solo suma sino resta y también divide, a veces por deseo propio, o del otro, por situaciones que van más allá de nuestra voluntad o sencillamente porque la reiteración o la monotonía termina por romper el hilo que nos une.
¿Qué es la ausencia? ¿Cuándo algo o de alguien significativo empieza a ausentarse propiamente de nuestra vida? En general, las personas que queremos no están dispuestos a nuestro alcance y eso no supone algún tipo de angustia o preocupación en especial. Aprendemos pronto que nos podemos alejar de nuestros seres más queridos sin que suceda una catástrofe; nos acostumbramos a esperar su aparición o su retorno luego de un tiempo prudencial como una condición fundamental para entrar en la cultura y desarrollar cualquier vínculo socioafectivo. La clave es que cuando los busquemos ellos sean receptivos y aparezcan. Si no responden, si no retoman el contacto o si nunca hacen el esfuerzo por llamarnos entonces sabemos que se han ido, nos confrontamos con su ausencia y la ruptura del vínculo que nos unía aun cuando nuestros cuerpos no compartieran los mismos espacios.
Esas ausencias no son gratuitas. Son el efecto de una decisión que toma tiempo entender, asumir, masticar, pero no vienen de la nada. Cuando tienes la decisión en tus manos no necesariamente es más fácil, sólo cuentas con más elementos para elaborar la ruptura y organizar el trasteo que quedó de aquella historia: disponer de los recuerdos, los puntos en común, los sentimientos, las responsabilidades, los pedazos del uno y del otro que se quedaron rotos por ahí. Si eres el que sigue buscando los porqués tal vez tome más tiempo saber que hubo allí una ruptura y el empeño por mantener unido lo que ya no está más junto te rompa las manos… y el corazón.
De todo esto la peor parte, y la mejor, la más liberadora, acaso la más necesaria, es la despedida. Me he despedido muchas veces, me despido desde antes, hago cartas, intento irme primero para evitar enfrentarme al abandono o al momento terrible de decir adiós y que esta vez de verdad sea para siempre. Como siempre, la lengua nos ilumina y la etimología de despedir, del latín petere, me saca del trance de la imagen de algún cristiano en la estación de tren viendo como se le va la vida mientras la locomotora echa a andar los vagones rumbo a never more never more never more. Las despedidas no son formas torturantes de morir, aunque en ciertos momentos puedan parecernos así, porque al decir adiós aceptamos que algo que amamos mucho ya no va a volver a ser como creímos que era. Despedir, dejar marchar, es también impulsar, seguir adelante, permitirle al otro y permitirnos a nosotros mismos continuar con este camino, aunque no haya garantías de que lo que sigue sea mejor o más dulce que lo ya vivido (no tendría por qué serlo necesariamente).
Si lo pienso bien, en realidad no me he despedido tanto como creo, en gran medida porque soy de las que se queda hasta el final (una práctica que tiene sus bemoles). Dejé marchar a mi mamá para poder conectarme con ella de otra forma luego de varios años de análisis y 15 años de cuidado de una enfermedad crónica y empiezo a ver la necesidad de despedirme de algunas cosas, lugares y personas que amo, pero que quiero dejar marchar, que no quiero que se queden congeladas por más tiempo. Aunque siempre se recuerda a los ausentes (de nuevo la etimología nos salva: se pasan de nuevo por el corazón), también nos ponemos en movimiento con quienes han decidido y hemos decidido seguir acompañándonos en el viaje y compartiendo la vida juntos.